"Oh no,
socorro, es Ariadna. Por favor, que no me vea". Asun corrió a
parapetarse detrás de un poste mientras veía pasar a Ariadna, su antigua
compañera de instituto. Siempre la había envidiado. Tan guapa, tan esbelta, tan
alta, tan elegante, tan lista, tan todo. Destacaba en deportes, sacaba buenas
notas, se ligaba a los chicos más monos. La odiaba. Con toda su alma. Ariadna,
hasta su nombre envidiaba. Tan musical, tan poético. Y ella con ese Asunción
tan típico, tan rancio, tan feo...
Así pensaba la mayoría de la clase, pero
nadie se atrevía a manifestarlo. Ariadna era además amable y simpática con
todo el mundo. No les quedaba el consuelo siquiera de llamarla bruja.
Contemplando como
se alejaba soltó un suspiro de alivio. No hubiera soportado tener que
enfrentarse a ella y a su perfección. Precisamente hoy. Llevaba esa chaqueta
vieja, muy cómoda pero bastante anticuada. Sus raíces eran tan grandes, que parecía
que se hubiera hecho mechas californianas y encima le había salido ese puto
grano en la frente.
En ese momento
comprobó con horror que Ariadna se había dado la vuelta y volvía en su
dirección. Desesperada entró rápidamente en la librería que había al lado del
poste. La vio pasar a través del escaparate. Corrió al fondo de la tienda y se
atrincheró entre dos estanterías de libros con el corazón palpitándole en las
sienes. "Por favor, por favor, que no entre".
De repente sintió
que la sangre se helaba en sus venas al notar una mano en su hombro. Se giró
lentamente...
-Asun! ¿eres tú? que
ilusión tía, ¡cuánto tiempo!
-¡Antonia! que susto
me has dado, pensaba que eras Ariadna-dijo Asun echando una rápida mirada a
Antonia y sonriendo satisfecha al ver cómo había engordado.
-¿Ariadna? ¿te
refieres a "lady Ariadna"? ¡qué más quisiera yo!
-Es que está por
aquí, acabo de verla hace un momento.
-Uf, pues menos mal
que no me he tropezado con ella. Seguro que sigue igual de "ideal".
Que asco me dio siempre, hasta el nombre le envidiaba.
Asun miró a Antonia
con simpatía, con esa camaradería que siempre surge del odio compartido.
-Oye, ¿te apetece un
café? así nos ponemos al día y de paso despellejamos a la "lady" un
poco.
Ariadna se sentía
mareada. No era plan de andar así por la calle. Entró en una cafetería, pidió
un té y se fue directa a los servicios con el tiempo justo de la primera
arcada. Vomitó lo poco que había logrado ingerir en el almuerzo. Bueno, ya
sabía que eso iba a suceder. Los primeros efectos de la quimio empezaban a hacer
estragos en ella. Al salir, se acercó a la barra a tomarse el té que ya la
estaba esperando cuando reparó en dos mujeres, sentadas en un rincón de la
sala, que le resultaron muy familiares. Asun seguía con aquella cara guasona,
aunque Antonia estaba un poco más rellenita. Hizo ademán de acercarse a ellas,
pero se detuvo. No se sentía con fuerzas para saludarlas, ni mucho menos para
contestar preguntas acerca de su vida. No podía responder "bien" al
típico "¿cómo estás?". ¡No conseguiría contener las
lágrimas!
Escuchó sus risas y
mientras las miraba charlar animadamente sintió un latigazo de pura envidia que
le recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies. Parecían tan felices y tan
sanas...
Pepa Bagaria